DivaRabiosa

jueves, 29 de marzo de 2012

La maternidad. ¿Tuya, mía… o nuestra?

Alberto Ruíz Gallardón se convertía hace unos días en TT por sus declaraciones en las que defendía el derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad, en la misma línea de las que pronunció unas semanas antes sobre la "violencia estructural" que obliga a las mujeres a abortar. Por cierto, antes de empezar quiero dejar claro desde el principio que no pretendo hacer desde aquí valoraciones morales sobre el aborto, nada más lejos de mi intención. Porque si hay algo que he defendido, y defenderé, siempre es el libre albedrío. Creo en la total libertad y responsabilidad de cada cual para decidir sobre sus actos y, mucho más, sobre su propio cuerpo. 

Bueno, a lo que voy. Las declaraciones de Gallardón me llevaron a pensar en otro aspecto de la maternidad que no se debate junto a la ley. Y es precisamente de eso de lo que quiero hablar. De la maternidad y de la paternidad porque, aunque no lo parezca, son cosas distintas y no suelen ir tan íntimamente unidas como solemos pensar a priori.

Hace unas semanas asistí al II Congreso “The Future of Advertising 2012” organizado por MarketingDirecto.com. En él, Beatriz Navarro, directora de marketing de Starbucks para España y Portugal, afirmó, sin pudor alguno, y en mi opinión sin venir mucho a cuento, que ella, madre de tres hijos, ya no podía ir a ningún sitio sin la chica que la ayuda en casa. Y añadió, con aún menos pudor, que si tenía que ir de viaje, podía dejar a uno de los niños pero a la chica, jamás -minuto 16 del vídeo, aproximadamente-. Ojiplática quedé. Lo juro. Tan impactada me dejó su frase que la compartí en mi muro de Facebook y, de todos los comentarios que generó mi actualización de estado, me quedo con uno: 

"Me parece muy pretencioso que en ese contexto diga 'soy madre de'. Que haya tenido 3 hijos bien, pero ahora madre, lo que se dice madre..."

Que conste que su, para mí, desafortunado comentario no tiene nada que ver con su profesionalidad ni con sus prácticas e ideas sobre el marketing actual, muchas de las cuales comparto. Yo, de lo que quiero hablar es de la realidad social, pero sobre todo económica, que vivimos -en la que hay famlias que tienen a todos sus miembros desempleados- y que no permite mantener el sueldo de una persona que cuide de los niños y atienda la casa. Pero es que aun teniendo trabajo, pocos salarios mensuales son tan abultados como para hacerlo, al menos si se respetan unas condiciones mínimas de trabajo, esto es, alta en la seguridad social para la persona empleada y un sueldo digno.
     
Y es que por regla general, cuando una mujer decide ser madre, y lo digo conocimiento de causa porque yo lo soy, asume que nada, insisto, nada volverá a ser igual. Pero esto no es lo único que te toca asumir de tu nuevo estatus. No. Para empezar, todos aquellos que estén a tu alrededor, sean padres, madres o ni lo uno ni lo otro, se reservan el derecho a opinar sobre la maternidad: 

"Si eres demasiado joven para ser madre, malo. Si dejas pasar los años para centrarte en tu profesión, peor. Si tienes un hijo que por qué no tienes dos. Si tienes dos, que no se te vaya a ocurrir ir a por el tercero tal y como está la cosa o, por el contrario, que ya que tienes dos, pues podrías tener otro para beneficiarte de los descuentos por familia numerosa".

Y yo me pregunto, todos estos que opinan, ¿no tienen nada mejor que hacer?

Pero aún queda lo mejor. Pongámonos en el hipotético caso de una pareja, en la que los dos trabajan, y que deciden ser padres. Al hijo, o hijos, ¿quién los cuida? La ociosa, y forzosa, situación laboral que vivo en estos momentos me deja tiempo libre para pasear a esas horas en las que se supone que, quienes tienen trabajo, trabajan. Yo no me detengo a mirar las obras, pero sí observo a quienes pasean a la misma hora a la que yo lo hago. Y veo, con demasiada frecuencia, abuelos jugando y paseando con sus nietos.

En esa situación hipotética e idílica que mencionaba antes en la que una pareja en la que ambos cónyuges trabajan y deciden ser padres, también hay que tener en cuenta quien de los dos renunciará, y digo bien, renunciará a parte, gran parte, de sus responsabilidades profesionales para dedicarse al cuidado de los hijos. Por lo general, suele ser la mujer. Y digo por lo general no sólo porque es lo que se sobreentiende o lo que está cultural y socialmente establecido sino porque lo dicen las estadísticas.

"Para las mujeres de 25 a 49 años sin hijos la tasa de empleo en el año 2009 era de (69,1%) y se reduce a (60,7%) en el caso de tener hijos menores de 12 años. Con 1 hijo menor de 12 años, el valor de la tasa es de 63,2 y de 58,6 en el caso de 2 hijos menores de 12 años. Con 3 hijos o más el valor de la tasa es 45,1".

Vamos, que el caso de Beatriz Navarro es de las excepciones que confirma la regla. Y digo más, en no pocas ocasiones esta situación viene desembocado por la desigualdad salarial entre hombres y mujeres. Porque si volvemos a hablar de cifras, en los salarios anuales con jornada a tiempo completo, el sueldo de la mujer representaba en 2008 el 86,3% del salario del varón; y en la jornada a tiempo parcial, el porcentaje era del 84,8%.

Lo dicho, ante circunstancias como éstas son pocos los hombres que se plantean la opción de pedir una baja de paternidad (que, para empezar y aunque eso es otra historia, debería ser igual que la de la mujer para que pudieran competir en el mercado laboral en igualdad de condiciones) y muchos menos los que deciden dejar de trabajar. Dudo mucho que ellos sientan esa responsabilidad moral de cuidar a los hijos, por muy implicados que estén en ello, y estoy convencida de que tampoco sienten ese sentimiento de culpa que pesa sobre la conciencia de muchas mujeres por no poder atender a sus hijos y tener que delegar esas funciones para ir a trabajar.

Y es que creo que pocos, o casi nadie, se sorprenderán si digo que cuando se vive en pareja el reparto de las tareas del hogar, con o sin hijos, es algo bastante complicado. Y si no, echadle un ojo al reportaje del programa de La 2 de TVE Documentos TV titulado "Hasta que el hogar nos separe". A ver si no os sentís reconocidos en más de una y más de dos de las situaciones que plantean.

Hace un par de días, una amiga que espera su primer hijo y que se encuentra en su último mes de embarazo se lamentaba de la insolidaridad de sus compañeros de profesión a los que había recurrido para que la apoyaran en sus primeras semanas tras dar a luz, ella es autónoma y ni que decir tiene que si un autónomo se da de baja no tiene quien lo sustituya. Pues bien, lejos de apoyarla, le dijeron, de manera muy diplomática eso sí, que se buscara la vida. Una especie de “es tu problema” que me dejó atónita porque con los tiempos que corren, cada día estoy más convencida que de ésta sólo nos sacamos nosotros solos, apoyándonos, en una especie de cadena de favores.

Y si su profesión a duras penas la deja ser madre, mejor ni planteo la opción de amamantarlo porque no me tengo que ir muy lejos para buscar ejemplos de la incompatibilidad de la lactancia con la vida laboral. Para muestra el caso de la madre sevillana a la que en un curso impartido en la sede de UGT de Sevilla no le permitieron salir para darle de mamar a su hijo.

Lo dicho, la conciliación es una utopía. Yo misma, disfruté de cada minuto de mi hijo durante su primeros dos años. Estuve presente cuando dijo su primera palabra, la primera vez que se puso de pie y cuando dio sus primeros pasos. Pero pude estar ahí porque trabajaba de forma intermitente, desde casa y a esas horas en las que lo normal es dormir. A pesar de ello, me sentí privilegiada por poder hacerlo, cuando lo habitual tendría que ser que ningún padre o madre se perdiera esos momentos. Lamentablemente, hoy día no puedo asegurar que, si tuviera un segundo hijo, pudiera hacer lo mismo. 

Quiero concluir con algo que me contó la enfermera de un ginecólogo. Me decía que en la consulta tienen más trabajo que nunca. Parece ser que la maternidad y paternidad pospuestas en aras de conseguir una mayor estabilidad económica ha dado paso a parejas que, en mitad de esta crisis inhumana, se abrazan más; bien para ahorrar en calefacción o bien porque buscan el calor del otro para superar los difíciles momentos. El caso es que hay más embarazos y más niños ahora cuando las cifras nos dicen que las familias tienen menos recursos para mantenerse.

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